En la oración está la victoria
En la oración está la victoria
Testimonio de fe, proceso y promesa
---
Parte 1 – El día en que todo colapsó
Los saludo con la paz del Señor, queridos lectores.
Hoy abro mi corazón para compartir con ustedes una parte de mi historia. No lo hago para defenderme ni para buscar aprobación, sino para testimoniar la obra de Dios en mi vida.
Durante 40 años fui católica practicante. Criaba sola a mis cuatro hijos, recién separada del hombre con quien compartí casi dos décadas, aunque nunca nos casamos. Tenía una vida que, desde afuera, parecía estable: trabajaba como acompañante terapéutica, los fines de semana era arteterapeuta en un centro de personas con autismo, y ya había cursado media carrera de Terapia Ocupacional en la Universidad de Quilmes.
Tenía afectos. Tenía éxito. Tenía metas. Pero en la noche, cuando el bullicio cesaba, me invadía una tristeza profunda. La soledad se volvía insoportable, y los pensamientos de muerte eran más frecuentes de lo que me animaba a admitir.
Hasta que una mañana de domingo, mi vida colapsó.
Salí a hacer unas compras con mi hija menor, de 9 años. Después de caminar bastante, ella se descompuso en una plaza. No podía caminar. Sin celular, sin ayuda, la cargué en mis hombros durante casi diez cuadras. La atendí. Se recuperó.
Y yo... me derrumbé.
Más tarde, crucé a la verdulería del barrio. Mi vecino —casi un desconocido— me vio y notó mi dolor. Le conté lo que me pasaba. Y en ese encuentro inesperado, me hizo una pregunta que cambiaría todo:
—¿Cree en Dios?
—Sí.
—¿Cree que Dios puede hacer algo en su vida?
No supe qué responder. Pero ese día terminó con una invitación: ir a su congregación.
---
Parte 2 – El llamado inesperado
Pasaron los meses y mi relación con Dios comenzó a crecer de una manera que jamás había experimentado. Ya no era una costumbre ni una creencia heredada: era una necesidad vital.
A la par que crecía mi relación con Dios, también crecía mi vínculo con mi vecino —ese hombre que me habló del Señor cuando más lo necesitaba. Compartíamos charlas profundas sobre la fe, el sufrimiento, la esperanza. Él me enseñaba la Palabra con una claridad que me conmovía.
Fue durante un culto, mientras él ministraba la alabanza, cuando lo supe con certeza: me había enamorado.
Con el tiempo, me habló de matrimonio: —Si querés ser parte de mi vida, tenemos que casarnos.
No lo dudé.
Le dije que sí.
Y cuando menos lo imaginaba, me encontraba casada con un hombre de Dios, caminando una vida que nunca había planeado pero que sentía absolutamente correcta. De pronto, era esposa, discípula... y también maestra. Estaba al frente de una congregación sin entender del todo cómo había llegado hasta allí, pero con una certeza en el corazón: Dios me había puesto en ese lugar.
---
Parte 3 – El fuego de la oración
Comenzó un nuevo proceso. Un deseo silencioso me invadía: quería tener un bebé.
Sabía que mi edad era un impedimento, pero la esperanza seguía intacta. Mi ciclo femenino se detuvo, pero los test de embarazo daban negativos, uno tras otro.
En un culto le hice una oración a Dios:
> "Señor, si voy a tener un bebé, que alguien me diga antes de que termine este día que voy a tener una victoria."
Nada. Ni una palabra.
Ya de noche, revisé el grupo escolar de WhatsApp de mi hija. Una mamá se despidió con dos stickers. Uno tenía un bebé durmiendo. El otro decía:
> "En la oración está la victoria."
Lloré. Dios me había respondido. No como yo esperaba, sino como solo Él sabe hacer: usando lo improbable, lo simple, lo pequeño.
Desde ese día, dejé de orar por sanidad. Empecé a orar por mi victoria.
Tiempo después, me hice una ecografía. El técnico fue frío y directo:
> —Tenés un quiste grande en el ovario izquierdo.
Mi mundo se desmoronó.
No llegué al culto esa noche. Me encerré en mi cuarto, me postré y oré:
> "Señor, tú me prometiste un bebé. Hoy me dicen que tengo un quiste. No sé cómo lo harás —con ovarios o sin ovarios—, pero tú me vas a dar un bebé. No oraré más por sanidad. Oraré por mi victoria."
---
Parte 4 – El toque del cielo
Una noche, en un culto centrado en la sanidad, me llamaron al frente a orar por mi vida. Mi esposo ministraba en la alabanza. Me puse de pie, cerré los ojos… y sentí un fuego vivo entrar por el lado izquierdo de mi abdomen. Un ardor fuerte, pero hermoso. No dolía. Era como si Dios mismo estuviera tocando mi cuerpo.
Supe que me estaba sanando.
Al terminar, le dije a mi esposo:
> —Ya no tengo más quiste. Dios me sanó.
Pasaron los meses. Mi ciclo se normalizó… hasta que volvió a detenerse.
Un nuevo test. Otra vez esa mezcla de fe y miedo. Mi esposo estaba en el garaje. Yo entré al baño.
Positivo.
Nos abrazamos en silencio. Lloramos. Guardamos el secreto como si fuera un tesoro. Era nuestra victoria, encerrada en una simple línea rosa.
Fui al mismo consultorio. Las técnicas confirmaron el embarazo. Y al final, pregunté:
> —¿Tengo el quiste que me habían visto antes?
> —No. No tenés nada. Está todo limpito.
Dios había sanado. Dios había cumplido.
---
Parte 5 – Ana Victoria
El 8 de agosto nació mi hija.
La llamamos Ana Victoria.
Inspirada en Ana, aquella mujer que derramó su alma hasta que Dios cumplió su promesa de maternidad.
Victoria, porque eso fue: una conquista del cielo. Una promesa cumplida. Un testimonio vivo.
Ana Victoria no es solo una bebé. Es una oración respondida. Es la historia de cómo Dios toma una vida rota, la sana, la llama, la transforma... y la corona con Su fidelidad.
---
Epílogo – Para vos, que estás esperando
Si estás leyendo esto y estás esperando algo de Dios —una sanidad, una respuesta, una promesa— quiero decirte esto:
No sueltes la oración.
No importa cuántos diagnósticos, cuántos no, cuántos silencios.
Dios tiene la última palabra.
Y en Su tiempo, Él obra.
Porque en la oración está la victoria.
⚓Ancla al Alma
Comentarios
Publicar un comentario