El Dios que me ve

Con ojos espirituales: El Ministerio Silencioso y la Fidelidad que Dios No Olvida

Hay una clase de servicio en el Reino de Dios que no brilla desde un púlpito ni se escucha en los micrófonos. Es el servicio silencioso, constante, comprometido. El que se vive en la cocina, en los baños, detrás de los cortinados, en los abrazos dados en secreto, en los regalos entregados en amor, en los detalles que muchos no ven. Y, sin embargo, es allí donde Dios mira con mayor atención.

Mi historia comenzó a los 40 años, cuando me uní a los caminos del Señor y luego al casarme con un siervo de Dios, me enfrenté a un liderazgo. 
-¿Estaba preparada para algo así?
- Seguramente, no
Pero Dios capacita los llamados.
Desde ese momento, y sin haberme formado toda la vida dentro de una iglesia, abracé la Palabra con devoción. Comencé a enseñarla, a compartirla con pasión. Fue el fuego interno que el Espíritu encendió en mí, el que me enamoró de las Santas Escrituras 

Como José de Arimatea: Servir en el Silencio

José de Arimatea es una de esos personas que pasan casi desapercibidos en los Evangelios, pero acá les cuento un poquito:
Era miembro del Sanedrín, un hombre rico, justo, que no estuvo de acuerdo con la condena a Jesús. Pero lo más significativo es que, cuando todos temían, él se acercó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Lo preparó, lo envolvió en lino limpio, y lo depositó en una tumba nueva de su propiedad
¿Les da curiosidad? Pueden encontrar su breve testimonio en Mateo 27:57–60
José fue usado por Dios y este acto, silencioso pero valiente lo llevó a cuidar el cuerpo del Cristo.

Así me sentí muchas veces: detrás de todo lo visible, pero sosteniendo lo que para lo ojos de Dios, no pasa desapercibido. Me ocupé de la escuelita bíblica con cada detalle. Compré Biblias personalizadas, panderos para la alabanza, enseñé a los niños a leer con la Escritura misma, hice videos, gigantografías, maquetas, actividades, salidas, estuve detrás de los primeros Cultos guiados por niños. Alimenté, animé, abracé, formé. Y lo hice con amor, sin esperar nada a cambio.

El Cuerpo de Cristo

Hoy, la iglesia es el Cuerpo de Cristo. Y Él nos recuerda que cada parte es necesaria. No todas son manos, ni todas son ojos, pero cada una es vital. Pablo escribe en 1 Corintios 12:22–25:

> “Antes bien, los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios… Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.”

Servir a los niños, preparar alimentos, decorar el templo, honrar a madres y padres en sus días, limpiar, organizar salidas, cubrir necesidades... todo eso fue mi parte en el cuerpo. Quizás no era visible, quizás no estaba en el cuadro de honor, pero mi trabajo era y es necesario para que el cuerpo funcione sano y unido.
Cada oportunidad fue usada para dejar bien en claro que el ministerio de niños ES IMPORTANTE y como tal, uno requiere aprender para enseñar e invertir, no solo dinero, sino tiempo, alma, vida y corazón.

Como Pablo: Cuando el Ministerio Es Cuestionado

Aún así, llegó el día de la calumnia. Me dijeron que “no estaba a la altura” del liderazgo. Y esa frase me atravesó el alma. ¿Cuál es la altura que se espera? ¿La de quien saluda de lejos con frialdad, o la de quien lava los pies con amor?

El apóstol Pablo también fue cuestionado muchas veces. Se defendía no por orgullo, sino para afirmar su llamado. 
Porque defender nuestro ministerio es defender la autoridad de Dios sobre nosotros...

-"Quizás el púlpito no es para vos"
-"Quizás lo tuyo no es la alabanza"

Quizás deberiamos dejar a Dios disponer del Cuerpo como le plasca.

En 2 Corintios 6:3–10 él declara:

> “No damos a nadie ningún motivo de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea desacreditado; al contrario, en todo nos recomendamos como ministros de Dios: en mucha perseverancia, en tribulaciones… en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero…”


Yo también me he recomendado a través de los hechos, no de palabras. Como Pablo, soporté incomprensiones, rechazos, falsas palmadas de espalda, frías miradas y piedras en el camino. Aun cuando otros abandonaban, yo permanecía, yo permanezco. No por reconocimiento humano, sino por amor a Cristo.

El Dios Que Me Ve

Y en esos días en los que me sentí desvalorada. Como si mis esfuerzos no importaran, supe dentro de mi corazón que mas allá de cualquier mirada, mi Dios me ve como lo hizo con Agar en medio del desierto, quien dijo:

> “(...) Tú eres Dios que ve(...)” (Génesis 16:13).


Una Verdad que No se Puede Borrar

Hoy, la escuelita ya no existe. Muchos de los niños se alejaron, otros crecieron  Y, sin embargo, lo que se sembró en ellos quedó en sus corazones. Las alabanzas que aprendieron, los versículos que atesoraron, el amor que recibieron… eso no se borra. Porque Dios no es injusto para olvidar nuestra obra.
(Hebreos 6:10)

He estado en cada detalle invisible. Y aunque hoy minimizan mi servicio, yo sé que el Cielo guarda cada lágrima y cada esfuerzo.

Conclusión: Seguir Sirviendo Aunque Duela

Y como dice Pablo en Romanos 15:4:
Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron (...)

Aprendí que:

Como José de Arimatea, seguiré sirviendo, aunque lo tenga que hacer en silencio. Seguiré cuidando del cuerpo de Cristo. Honrando su nombre.

Como Pablo, defenderé con verdad el llamado que Dios puso en mi vida.

Como Agar, creeré que Dios me ve cuando nadie más lo hace, y eso basta.

Como miembro del Cuerpo de Cristo, seguiré siendo útil, aunque mi parte no sea la más visible. Porque no busco aplausos, sino agradar a Dios.

Y eso, mi amado lector, es suficiente.

> “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.”
—1 Corintios 15:58

                             ⚓Ancla al Alma
                        AAFernández de Ybarra

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